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No somos lo que hacemos. La importancia del lenguaje a la hora de definirnos.

Es habitual que cuando nos presentamos, lo hagamos a partir de aquello que hacemos o mejor dicho, de lo que trabajamos: soy médico, profesor, lampista, estudiante, jubilado,… y esa costumbre, nos lleva a extrapolarlo a todo lo que creemos que nos define: soy lenta, lista, fea, guapa, inteligente, exigente,… Es decir, que al final mezclamos todos esos conceptos tan diversos que, en realidad, vienen a definir qué estudios hicimos, en qué estamos trabajando, qué situación laboral tenemos, cómo hacemos ciertas cosas, o cómo enfrentamos algunas tareas, etc., y por lo que se podría llamar “ahorro del lenguaje”, a todo le ponemos un “soy” delante, y se supone que con eso ya nos estamos entendiendo.

En una ocasión, una consultante me presentó un dilema que la estaba llevando a estar muy confundida consigo misma y en saber si era bueno o malo el cómo “era”. Me dijo: “soy una persona exigente y perfeccionista. Eso, para mis clientes está muy bien valorado y me hacen sentir bien por ello, y en cambio, mis empleados me critican por ello. Y ya no se si como soy es bueno o malo.” ¿Se entiende el dilema?

Bien, esta persona había llegado al punto en el que la “personificación” de lo que define lo que hacía (o más bien cómo afectaba a su entorno cómo lo hacía), la había llevado a no diferenciarlo de si misma, hasta el punto de que la propia contradicción que su entorno le planteaba respecto a cómo les afectaba su manera de proceder, la había llevado a no estar segura de cómo era, ni de si eso era bueno o malo.

autoimagen

¿Cuál es el problema o qué implicaciones tiene en nosotros definirnos a partir del qué o cómo hacemos las cosas, qué estudiamos o en qué trabajamos, o a partir de nuestras características físicas?

Hemos de tener en cuenta además, que tener una profesión, una situación laboral u otra, o ser considerada guapa o fea, gorda o flaca, a su vez, está sujeto a la reputación, el reconocimiento social o los cánones de belleza establecidos en cada época en la que vivimos, especialmente si atendemos a la perspectiva de género según el momento generacional analizado.

Creo que vale la pena dedicar algo de tiempo a reflexionar en ello, y valorar si como nos estamos expresando, queda sólo a un nivel del lenguaje y comunicación, quizás un tanto “erróneo o impreciso” (como poco, a mi parecer), o si su impacto en nuestra psique y estado emocional va algo más allá. Porque claro, todo queda a expensas y suerte de la interpretación que cada persona, de su entorno y del momento vital.

Veamos otro ejemplo. Para algunos, estar jubilado puede tener una connotación de libertad en el uso de tu tiempo, de descanso a conveniencia propia, incluso de por fin disfrutar de la vida… (en los casos más extremos), y otros pueden vivirlo como un tiempo de falta de utilidad laboral, social, de obsolescencia, por así decirlo. Con lo que, alguien te puede envidiar por ello, o por lo contrario, sentir compasión de ti.

Esto, que puede parecer tan obvio y que muchas personas puedan pensar que es una tontería y que ya sabemos diferenciar los “hechos” de las “personas”, sin embargo,  ya hemos visto con el ejemplo de la consultante, que no había caído en la cuenta de que ella no “es” en realidad “exigente y perfeccionista”, ella es ella, y los adjetivos no la definen a ella, sino a lo que hace, o mejor dicho, a cómo hace lo que hace y qué consecuencias tan diferentes conlleva para unos y para otros. Y esto, si lo analizamos en nuestras vidas, seguro que encontramos muchos ejemplos en los que confundimos el hecho de “lo que hacemos” con lo que “somos”, pudiendo caer en el error de creernos que somos todas aquellas cosas que, en realidad, definen hechos o resultados, pero no a tu persona como tal.

A la práctica, no tomar conciencia de este hecho, puede generar mucha confusión sobre nuestro autoconcepto, cómo sentimos que somos, y condicionar nuestra autoimagen a la hora de cómo nos posicionamos y relacionarnos socialmente con nuestro entorno en la vida. Lo que indudablemente nos afecta emocionalmente, pudiendo llegar a ocasionar situaciones de verdadera ansiedad.

autoconcepto

Vale, aquí hay otros aspectos que aparecen colindantes, como podría ser el hecho de hasta qué punto nos ha de afectar lo que los otros opinan de nosotros, pero no podremos afrontar eso, sin antes ser conscientes de qué condiciona nuestra propia percepción de cómo somos. Y como estamos analizando, tiene mucho que ver el cómo hablamos de nosotros mismos, cómo metemos en el mismo saco: adjetivos, atributos, actos, maneras de hacer, profesiones, etc., y nos definimos desde el “soy” en vez de ser más precisos con el lenguaje y utilizar los verbos que mejor expresaran lo que queremos decir: me dedico a, me he formado en, hago esto de esta manera, mido, peso,…

La buena noticia, es que la perversión del lenguaje (o su polivalente utilización), en realidad nos ayuda también a darle la vuelta al tema. Si en lo que se refiere a lo que hacemos, nos damos cuenta de que no somos lo que hacemos, tampoco somos nada en concreto que nos pueda definir de forma absoluta y definitiva por lo que hacemos, ya que lo que hacemos está en nuestra mano cambiarlo, y por tanto, cambiar aquello que vemos que está teniendo un resultado negativo o poco amable, para nosotros o para nuestro entorno. Lo que en consecuencia, frases como “somos como somos”, “es imposible cambiar”, etc., caen por su propio peso, dejamos de “etiquetarnos” y eso nos predispone de otra manera ante la posibilidad de cambio y mejora de nuestras actuaciones.

Así que es importante empezar a utilizar bien el lenguaje para poder separar y no confundir el resultado de lo que hacemos con lo que somos, y empezar a definir bien aquello que queremos expresar.

Así que, volviendo a los ejemplos del principio, no somos jubilados, médicos, profesores, lampistas o estudiantes, sino que estamos trabajando de… (médico), en situación de… (jubilado), por poner algún ejemplo, y de la misma manera, tampoco soy lenta o exigente,… sino que hay cosas que las hago de una determinada manera u otra… Y ya no hablemos de confundir la moda, los cánones de belleza (lista, fea, guapa,..) o los estándares ya superados sobre cómo se define la inteligencia, que ya sabemos (entre otros, gracias a Howard Gardner, en su obra de 1983, Frames of Mind: The Theory of Multiple Intelligences), que las inteligencias son múltiples y no hay unas que estén por encima de las otras, sino que todos disfrutamos de diferentes grados de inteligencia para cada tipo, lo que por suerte nos ayuda a ser variados, únicos y complementarios para garantizar nuestra supervivencia como seres humanos, al fin y al cabo.

inteligencias múltiples de Gardner

Irene Fernández

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