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Cómo hacer del miedo un aliado

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miedo como aliado tomar decisiones

Quién no se ha hecho alguna vez la pregunta de “¿qué quiero hacer con mi vida, o en mi vida?”

Y para aquellos que todavía piensen que nunca se han hecho esta pregunta, cuántos de ustedes no se ha hecho la pregunta de ¿Qué haría si me tocara la lotería?…

Y algunos me dirán: “estás haciendo trampa, eso es una pregunta diferente”. Y otros pocos pueda que me dirían: “pues yo seguiría haciendo lo mismo, sólo que me iría bien para hacer lo que hago pero mejor, o más tranquilo, o más grande, etc.!” ¿No es así? Y ya muy muy pocos me dirían: nada, todo seguiría igual. Es cierto, seguro que a algunas personas el dinero ya no les representa un freno para conseguir lo que desean… pero para muchos de los demás todavía sí.

Bien, pues para aquellos que crean que ganar cierta cantidad de dinero en la lotería les permitiría hacer lo que realmente les gustaría hacer en la vida, decirles que el dinero ciertamente puede ser una limitación para conseguir lo que quieren, una circunstancia más a resolver, pero no la única.

Y mucho menos podemos dejar que se convierta en un freno o barrera infranqueable, porque cuando hacemos eso, en realidad lo que estamos haciendo es esconder muchos otros aspectos (que hasta me atrevería a decir, más difíciles de resolver). En ocasiones, nos justificamos en el dinero para evitar afrontar algo que nos cuesta mucho reconocer y mucho más atender (afrontar, vamos):  el miedo.

El miedo a si seré capaz, el miedo a si sabré hacerlo, el miedo a qué dirán de mí, el miedo al fracaso… a sentirnos fracasados, al ya te lo dije,… y muchos más que nos hace ponernos en el peor de los escenarios incluso sin ni si quiera empezar ni a pensarlo como una posibilidad real a llevar a cabo.

Entones es cuando nos viene muy muy bien la excusa del dinero. Sí, y podrán decir, “¡qué fácil es para ti decir que es una excusa cuando no estás en mi situación!”. Y les vuelvo a decir: “Sí, el dinero es un elemento más a tener en cuenta, pero no el único, y entonces, no deberíamos poner a este por encima de los demás, ¿no creen? Al menos no de manera automática y menos sin valorar nada más allá. No sería honesto. Se lo demostraré con un simple ejercicio.

Vamos a ver, si tienen un momento, hagan háganse esta pregunta:

¿Por qué no soy… “y ahora aquí escojan una profesión que no les guste”?, la que sea, no tiene que ser algo que consideren peor a la suya, es  mejor si la consideran mejor.

Ahora respóndase a esta pregunta: por qué no soy eso? Ahora hagan una lista de motivos, puede ser tan larga como quieran, pero al menos tiene que tener 10 motivos.

¿Cuántas razones han sido capaz de decir?

Voy a hacer yo ese ejercicio, y aunque este artículo esté escrito, les diré que es un ejemplo espontáneo, no está preparado, se lo aseguro. Veamos:

No soy Astronauta porque…

  1. Nunca me atrajo esa profesión
  2. No me gusta la sensación de estar encerrada mucho tiempo en un espacio del que no pueda salir libremente
  3. Y mucho menos que no corra peligro mi vida en ello
  4. No me gusta no tener la oportunidad de cambiar de opinión, ¿y si luego ya no quiero estar ahí?
  5. No me vale la pena el esfuerzo de estudiar y sacrificar tanto para llegar a eso que no quiero…

Bien, podría hacer por darles más razones, pero lo dejo aquí como ejemplo porque con esto, ya pueden ver que en mi “Top 5” no ha salido el dinero por ningún sitio. Y podría llegar a 10 y seguramente seguiría pasando lo mismo.

Ahora, hagan el ejercicio al revés. Piensen en algo que les gustaría hacer o ser, pero que nunca se hayan decidido a intentarlo siquiera. Y denme de nuevo al menos 10 razones. Y me dirán, ¡eso es imposible! Y les diré: “evidentemente es difícil, pero no imposible”, porque nos cuesta mucho hacer algo en lo que llevamos toda la vida esforzándonos por hacer todo lo contrario, reduciendo los motivos por los que no hacemos lo que queremos a una, dos o tres razones. A veces, unas pocas más.

Ahora observen: ¿en su top 5 sale el dinero como factor clave y determinante para no estar haciéndolo?, pregúntense: ¿tiene eso sentido? (como he dicho antes, ya sé que habréis personas que sois excepciones, ¡genial!)

Vamos a ver, cuando resulta que hay algo que no me gusta tengo claro que no lo hago porque no quiero. Pero cuando hay algo que me gusta y no lo hago, ¿no debería funcionar igual? ¿no podríamos afirmar entonces que no lo hacen porque no quieren?

Veámoslo de otra manera: ¿podría ser que hubieran decidido no hacerlo?

Tomar decisiones es un ejercicio de honestidad, de sincerarse con uno mismo. De reconocer que muchas de nuestras acciones vienen determinadas consciente o inconscientemente por algo que no queremos ver y que se llama miedo. Miedo a afrontar nuestras dudas, nuestras limitaciones, nuestro no saber cómo llegar a aquello que nos gustaría… por miedo incluso a hacer daño a los que nos rodean, a ser capaz deafrontar las repercusiones que eso conlleva. Porque, actuar conlleva cambios, movilizar cosas, y tener que aceptar ese desequilibrio que nos va a genera en nuestras vidas y en las de los que nos rodean. Y sentimos un fuerte rechazo hacia ello.

Y el caso es que, incluso antes de decidir qué tenemos que hacer para hacer lo que queremos, automáticamente nos aparecen en nuestra mente las peores limitaciones y repercusiones para nosotros y para los de nuestro alrededor. Es decir, el peor de los escenarios. No solemos posicionarnos en el mejor. Que, por contraposición, es el mayor de nuestra fuente de motivación para conseguir cualquier cosa (pero, esto, ya forma parte otro artículo a parte).  

¿Y eso por qué pasa? ¿Por qué nos acude automáticamente esos pensamientos mal llamados “negativos”?. Puede que estén pensando “que somos derrotistas por naturaleza, negativos,…”. Pero no tiene nada que ver con eso.

El ser humano tiene un instinto natural de protección que te alerta de los posibles peligros de manera natural y espontánea; pero para ayudarte, para anticiparse a lo que puede fallar y que puedas prever con anticipación todo aquello que se puede convertir en una limitación en tu propósito, con tiempo suficiente para poder reaccionar, para encontrar soluciones. Es un sistema de alerta tan perfecto que no se deja un detalle… tan sincero que nos puede llegar a desmoralizar. ¿Por qué no hemos estado educados ara coger eso desde ahí y aprovecharlo?. Tenemos un radar infalible y perfecto que nos dice que es lo que hemos de ir solventando en nuestro camino para avanzar; un navegador que nos dice dónde encontraremos un atasco para poder valorar las rutas alternativas, incluso los tiempos, sin esperar, evitándonos ir a parar al atasco o la lentitud,… y en vez de utilizarlo, lo anulamos y lo apartamos de nuestra mente tan pronto como podemos.

Así que, en vez de aprender a leer nuestros propios mapas para llegar a nuestro destino deseado, ¿qué hacemos? Varias cosas, pero casi nunca la que deberíamos.

En la mayoría de los casos ni escuchamos esas alertas, simplemente las obviamos. Porque claro, hemos construido una realidad en el que tener miedo es sinónimo de vulnerabilidad, de debilidad, sólo aquellos más fuertes y atrevidos serán los que consigan el éxito. Anulamos ese instinto tan necesario solo porque lo utilizamos de forma exactamente contraria de para la que en realidad se creó en nosotros. Por otro lado, eso significa incapacitarnos para sentir una parte de nosotros, que además, no desaparece, sólo la ocultamos, la bloqueamos, le impedimos el paso, pero no se va. Así que queda ahí en forma de emoción latente, retenida y que finalmente, se acaba transformando en algo diferente con tal de salir… frustración, desánimo, tristeza, rabia,…

Y ahora me preguntarán, ¿por qué hacemos tal cosa? Y les diré: “no lo sé, pero estamos muy bien entrenados para eso”.

Veamos un ejemplo más.  Imaginen que nuestros miedos fueran las instrucciones de montaje de un mueble, como el de Ikea (y permítanme la comparación tan reduccionista que les hago). Si el miedo es lo que nos pone en alerta de “en aquello que deberemos ir librando, superando…” se imaginan que en alguno de los pasos de montaje del mueble no fueran “honestos” con nosotros y se saltaran un paso, o que no nos dijeran que en realidad necesitamos 10 tornillos en vez de 5? O que la estantería debería ir cogida a la pared para que no haya peligro… ¿Imaginan el resultado? Estantes sin suficiente resistencia para aguantar el peso, podría caernos encima… ¿No les gustaría que fueran sinceros en el peso, la necesidad de tornillos, los procedimientos de seguridad???

Pues eso es lo que hacemos cuando en vez de atender los miedos, todos y cada uno de ellos, y los analizamos, y les buscamos soluciones, nos avergonzamos de tenerlos y encima nos juzgamos negativamente por ellos. Y en el peor de los casos, si nos lanzamos sin escucharlos, acabaremos encontrándonos irremediablemente con esas limitaciones que no hemos querido ver, pero sin anticipación ni margen de maniobra, ni solución a tiempo para resolverlos. ¡Y eso sí que se convierte en una mala decisión! No el haber decidido hacer lo que sea, sino el no haber querido escuchar esas alertas que nos llegan en forma de miedo.

De ahí la importancia de la honestidad ante las decisiones. De ahí la importancia de no engañarnos y reducirlo todo a la excusa fácil del dinero. Y sí, digo fácil, no porque tenga fácil solución, que a veces sí, sino porque sale fácil, como un apalanca automática que es tan popular y aceptada socialmente, y que nos ayuda a justificar nuestra inmovilidad.

Porque muy a menudo, las personas con las que nos atrevemos a explicar nuestras ilusiones, nuestros mal llamados “sueños” (cuando deberíamos decir simplemente “metas u objetivos”) y les decimos “ojalá tuviéramos dinero para poder hacerlo”, lo entiende y aceptan como el estado natural de lo que son las cosas. No piensan, ni mucho menos nos dicen: “no, no lo hacer porque te falta valor”, o “porque no te has planteado buscar soluciones,…”. Pocas veces lo hacemos.

Muy al contrario, quien decide hacer un cambio considerado “importante” en su vida, muy a menudo se le ve como una persona atrevida, valiente, pero que en ocasiones esconde una connotación de “inconsciente, loco o incluso un ingenuo”. E incluso sin querer, esto puede albergar la esperanza de que, si esta persona no lo consigue, confirme mi decisión de yo haber decidido no hacer nada.

Bien, no se trata pues de un debate entre miedo sí-miedo no, o de si el dinero es una limitación o no, que está claro que es una variable a tener en cuenta… Se trata de que decidir qué hacer en tu vida o qué hacer con tu vida, representa, ante todo, un ejercicio de sinceridad con uno mismo, de escucha y de aceptación de nuestros anhelos, de nuestras limitaciones, de nuestra capacidad de afrontar esas limitaciones y de aceptar también que a veces no lo podemos hacer solos, y que debemos encontrar apoyos que nos permitan avanzar en nuestro propósito.

Y por otra parte, de ser realistas, pensar estrategias, valorar opciones y decidir la ruta que más nos interese para que nos lleve a donde realmente queremos llegar.

Por eso me gusta decir que “decidir es fácil si sabes cómo”.

Si algo de lo que he dicho “te ha tocado” ¡Déjame un comentario!

Gracias.

Irene

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